De México – taurinísimo país – junto a Colombia, Venezuela, Perú y Ecuador, importamos su vasta riqueza lingüística para engrandecer, aún más, el léxico taurómaco. En boca de comentaristas y críticos especializados de allá se oyen expresiones como la de “chorrear la vara”, cuando el picador – con arte y arrojo – echa el palo por delante al citar al toro para ejecutar tan bella suerte. También, que el toro busca su “mortaja de arena”, si hace ademán de echarse herido tras la estocada y, llámase, “labor de enterramiento” a la antirreglamentaria rueda de peones para acelerar la muerte del animal. En este caso, lo correcto sería hacer la “trébede”, tocando – alternativamente – con el capote los subalternos al astado.
Dícese, también, que al cornúpeta le falta el “diamante”, refiriéndose al “veneno” (el pitón o punta del cuerno), cuando éste aparece poco astifino o romo. Con “chincolo”, motejan al toro rabicorto. Igualmente, en Hispanoamérica, llaman “agarrado al piso”, al burel que está muy parado o aplomado. Gráficamente, los aztecas, denominan torear con el percal por “mandiles” a pegar lances al “delantal”, en un quite para – en competencia – “pelearle las palmas” a otro diestro alternante.
Los aficionados venezolanos, califican de “parsote” a un contundente y reunido par de rehiletes y “embolsillarse” da a entender que el diestro se gana el favor del público con su actuación. En el centro del Mundo, “charga” es un vaquero criollo en las ganaderías de bravo ecuatorianas.
De la vecina Portugal – cuna del rejoneo y solar patrio de importantes touradas – acuñamos los términos: “a porta gayola” (en el portón de toriles), “farpa” (banderilla larga equivalente al rejón de castigo), “labrados” (se denomina así a los cabestros de pelo berrendo en colorado) y “milflores” a los salineros, mezcla de castaño y blanco.
Por su parte, la Francia taurina contribuye con la corrida “landesa” (saltos y recortes) de la región de Las Landas y con el genuino toro “camargués” – de encornadura característica en forma de lira – gentilicio de la zona de La Camargue en el delta del Ródano y, sobre todo, con una afición entendida y pujante.
De los franceses – tan chovinistas en otras cosas – hemos de aprender, sin ningún rubor, sus buenos hábitos en la confección de carteles de interés, seriedad en el “trapío” del ganado a lidiar, el respetuoso trato a los toreros y, de contera, el buen gobierno en el desarrollo de los festejos. Son, sin duda, un ejemplo a seguir.