Por José Luis Marín Weil
Fernando Carrasco rápidamente se ganó nuestra amistad. Era un hombre sencillo, amable, correcto y muy simpático.
En la Plaza de Linares lo conocimos. Con una botella de agua congelada para soportar el calor que aquella tarde nos achicharraba, su portátil al lado a la espera de redactar la crónica que saldría en ABC al día siguiente y su móvil con el salvapantallas bético. Junto a todo ello, su vitalidad contagiosa.
Fue generoso con nosotros y aceptó acudir a nuestras tertulias de radio, sin importarle coger el coche y venirse desde Bailén, donde solía hospedarse, para participar en directo en las tertulias. Lo hacía encantado, y con ilusión recibió aquel ejemplar de la revista «Paso a Paso» que le regalamos y él elogió mucho porque así conocería un poquito más la Semana Santa de Jaén.
Compartimos dos ferias inolvidables de San Agustín. A Ángel del Arco y a mí no se nos ha olvidado la tarde en que viendo torear a Curro Díaz, Fernando y Juan Belmonte se rompían en olés viéndolo torear con una intensidad y una pureza extraordinaria que les hizo a ambos crujir de emoción, cuajando el torero de Linares un faenón memorable.
La última que coincidimos fue en La Maestranza en una tarde que compartí tendido con Pepe Luis Trujillo. Fernando se alegró al verme en «su» Plaza de Toros.
Como a tantos otros, a mí también me sacaba una sonrisa cada mañana cuando entre los primeros tweets del día aparecían los suyos, que de una forma muy personal, daba los buenos días a todo el mundo de la misma forma en que un capataz anima a sus costaleros a afrontar los pasos en la calle.
Decir que deja huella y un recuerdo imborrable entre quienes tuvimos la suerte de conocerlo, es decir una verdad.
Descansa en Paz Fernando.