Por Salvador Santoro
La denominación de este muletazo, encierra una bonita historia – con un entrañable toque de romanticismo – que trataremos en esta colaboración en la página Web “JAÉN TAURINO”, que – con tanto acierto – edita y dirige nuestro distinguido amigo, José Luis Marín Weil.
El matador de toros de Segovia, Victoriano de la Serna y Gil, hombre de amplia cultura (había estudiado medicina) y torero de notable inspiración y prodigiosa estética; tenía amistad con el genial pintor y cartelista taurino, Carlos Ruano Llopis, maestro en su género. De la Serna, reiteradas veces, había escuchado decir a su amigo, que difícilmente encontraba suertes de muleta que inspirasen su arte pictórico.
Dándose por aludido, el espada, lo emplazó en el coso de Valencia – el 25 de julio de 1933 – donde lidiaba una corrida del Marqués de Saltillo y ante el toro “Fajito” – que brindó al artista manifestándole su gran admiración -, de forma improvisada y en un momento que afloraron las “musas”, dio por vez primera este precioso muletazo de adorno. Llopis, se sintió motivado, realizando este antológico cuadro (reproducido luego en cartelería), que regaló al diestro. En justa reciprocidad, Victoriano, le obsequió el vestido color oro viejo y plata (“chungo” para los supersticiosos), que lucía esa tarde.
El lienzo, que refleja con total veracidad este pase de muleta; tenía como exorno floral, en la parte superior derecha, varias rosas y claveles lanzados desde el tendido. Por ello, al ser novedoso y no tener nombre, empezó a llamársele “de las flores”.
Técnicamente, este pase, se puede ejecutar como remate de una serie de derechazos (así lo concibió y practicaba Victoriano de la Serna) o bien, como inicio de una tanda con la mano derecha, cuando lo recrearon después, poniéndole su impronta personal, los diestros: Julio Pérez “Vito” (“La vitolina”, le decían), matador de toros sevillano y, luego, magnífico banderillero y el salmantino Pedro Gutiérrez Moya “El Niño de la Capea”, rebautizándolo a “capeína”.
En su versión original, “El pase de las flores”, se hacía ligándolo al último derechazo y – casi sin dejar pararse al animal – dar la vuelta a la muleta y cruzarse al pitón contrario; girando despacio el torero para obligar al astado – que al traerle enganchado tiene más largura y profundidad – a pasar por la espalda, quedando inmóvil el coleta.
La conocida pintura impresionista con la firma de Ruano Llopis, es digna de elogio y contemplación y, también, el virtuosismo en los ruedos de Victoriano de la Serna, merecedor de ser recordado por quienes compartimos pasión por el noble arte de: La Tauromaquia.