Perdonar la vida a un toro de lidia que haya sido realmente bravo en el ruedo, se justifica – de manera fundamental – por dos razones. Una de índole ética que – al superar con nota tan dura prueba – le permitirá morir de viejo en el paraíso del campo y, la otra de importancia mucha, genética para preservar y aumentar, si cabe, la raza y casta de la cabaña brava, convirtiéndose en semental de la ganadería.
Como la reglamentación a nivel nacional sólo autoriza el indulto en plazas de primera y segunda categoría, era de justicia ampliarlo a las de tercera permanentes (que no sean portátiles), cuestión que recoge el vigente Reglamento Taurino de Andalucía (de 21 de marzo de 2006), en su artículo 60, exclusivamente, para corridas de toros y novilladas picadas. Con demasiada frecuencia hoy en día, de la norma, se hace uso y abuso al indultar, indebidamente, a erales en festejos sin caballos y festivales.
Si una res por hechuras, trapío y excelente comportamiento durante los tres tercios de la lidia y, muy especialmente, en la suerte de varas – auténtica piedra de toque de la bravura – es merecedora del indulto; la Presidencia podrá concederlo (mostrando el pañuelo naranja), de forma excepcional, cuando sea solicitado mayoritariamente por el público y también por el torero, siempre que el ganadero o mayoral de la conformidad. Dado el caso, el criador deberá reintegrar al empresario la cantidad estipulada en el contrato de compra-venta.
Otorgado el indulto, el “matador”, simulará con la mano o una banderilla la suerte suprema, paseando por el anillo los trofeos simbólicos tras volver el burel a los corrales. Allí, el veterinario, le hará una cura de urgencia de las heridas producidas por la puya y los arpones de los garapullos, para trasladarlo después a la finca. Una vez restablecido y de considerarlo oportuno el criador, se echará a un lote de vacas para probar si “liga” (transmitir a su descendencia los caracteres hereditarios) como raceador.
Por referirnos a nuestro torerísimo pueblo, en el más que centenario coso de Santa Margarita, de Linares, el último toro indultado atendía por “Ordenado”, nº 15, de pelo negro y del hierro de Sánchez Arjona – que empujó en una única vara, humilló mucho y tuvo duración – al que Julián López “El Juli” realizara una gran faena, el 28 de agosto de 2002.
En la actualidad, prácticamente, la pelea del toro en el caballo se reduce al “monopuyazo”, valorándose en demasía el juego desarrollado en la muleta; no obstante lo cual – siempre que se haga acreedor – somos partidarios de premiar la bravura de un astado con la vuelta al ruedo póstuma o el alto honor del perdón, ganado en buena lid.
Esa es la grandeza de la Fiesta Brava, que aun siendo cruenta – porque hay sangre – no es cruel, al no haber ensañamiento con este animal único: el Toro; que lejos de ser “enemigo” del torero, es colaborador necesario para crear arte: el incomparable de la Tauromaquia.