Por Salvador Santoro
Como continuación a nuestro anterior artículo titulado: “Suertes y toreros” y referido – tan sólo – a aquellas cuya nomenclatura proviene, directa o indirectamente, de alguna circunstancia relacionada con el diestro que las inventó o popularizara; en esta colaboración, nos detendremos en un par de muletazos: “El kikirikí” y “La sanjuanera”, que junto a los “ayudados” (por alto, bajo y a media altura) y al “estatuario”, completan lo que, en Tauromaquia, se da en llamar “toreo a dos manos”.
El novelista y célebre revistero taurino de principios del siglo XX, Alejandro Pérez Lugín, que firmaba con el seudónimo de “Don Pío”, era – además de obeso, sordo y de humorística pluma – un declarado gallista y, por tanto, partidario de Rafael Gómez Ortega “El Gallo” y, de su hermano, “Joselito”. Tuvo la ocurrencia de bautizar con una onomatopeya a este adorno de muleta – pleno de gracia y belleza -, en una crónica antológica que tituló: ¡Kikirikí!. Sevilla.- Café Royal.- El gallinero, publicada en La Tribuna, de Madrid, en 1912 y dedicada a una actuación cumbre de Gallito.
El kikirikí, es una suerte que se realiza tras haber “cuajado” al toro a base de toreo fundamental: naturales, derechazos y pases de pecho. Para que, el kikirikí, resulte bonito y bien hecho, hay que llevar los codos a nivel de la cintura o más arriba. Es como un ayudado a media distancia – cogiendo la muleta con la mano zurda y la espada en la derecha – que se ejecuta en el epílogo de la faena, cuando el astado tiene poco recorrido y el torero, engallado, alegra al animal citando con una carrerita.
Entre sus más ínclitos intérpretes nombrar al “Sócrates de San Bernardo”, Pepe Luis Vázquez Garcés (sevillanismo puro) y, actualmente, a José Antonio “Morante de la Puebla”, que derrama salero al ejecutarlos.
El polémico y genial coleta mexicano, Luis Procuna (“El berrendito” le decían por su mechón blanco), siendo aún novillero, creó en una tarde de viento de 1945, en la plaza de El Toreo de la Condesa de la capital azteca; un pase por alto (por ahí van casi todos los toros aunque es difícil calentar al público) que puede confundirse con un estatuario, que es de inicio del último tercio.
La diferencia fundamental estriba en que, en la “sanjuanera”, el estoque va montado por el lado contrario de la muleta, siempre se da por el pitón derecho y en las postrimerías de la lidia. El torero debe mantener la figura enhiesta y cogerle la distancia al burel. Le llamaron “sanjuanera”, porque Luis Procuna había nacido en el barrio de San Juan de Letrán, de la ciudad de México.