Cuando una persona se marcha, el recuerdo inminente se hace irremediable. Nos cuesta creer, nos cuesta asumir la pérdida de alguien. Los aficionados nos quedamos ayer helados tras conocer el fallecimiento del Maestro José María Manzanares y verdaderamente nos resistimos a dar por cierta la pérdida de quien ha sido uno de los más grandes del toreo de todos los tiempos.
Un TORERO, con mayúsculas que extendió su magisterio durante tres décadas y por eso, precisamente por eso, su figura ha sido admirada y respetada por tantas legiones de aficionados que tuvieron la suerte de ver en la plaza a un torero irrepetible.
A los de mi generación, aquellos aficionados que nos forjamos en los años noventa, nos llegó un diestro en plena madurez artística que en la plaza marcaba distancias, con un empaque inigualable ,por su naturalidad al torear y por mil matices que lo hacían diferente. Fuera de los ruedos, rebosaba torería y dignificaba la imagen del torero ante la sociedad.
Precisamente, la sociedad de nuestros días debe tomar conciencia de la importancia y la inmensidad de José María Manzanares en la Fiesta de los Toros a lo largo de la historia porque ha sido y es uno de los españoles que en lo suyo ha marcado un tiempo. Y en el toreo, la huella de Manzanares es imborrable.
Tuve la dicha de verle cortar cuatro orejas y dos rabos una vez, en una corrida inolvidable como fue la histórica noche de Puerto Banús, donde en un mismo cartel se anunciaron Curro Romero, Rafael de Paula y José María Manzanares. Entre los tres bordaron el toreo a un nivel impensable. Superlativo. Un prodigio en una calurosa noche que me dejó marcado de por vida tras ver a tres señores glorificar la Fiesta y demostrar que el toreo, es un arte único y pasional. Tras aquello que mis ojos vieron con sólo doce años ¿Cómo no voy a ser aficionado? No me quedaba más remedio.
No me perdí la que fue su última tarde en la Plaza de Toros de Jaén, en el año 98 compartiendo cartel con Curro Romero y Ortega Cano frente a una corrida de Bernardino Piriz. Cortó una oreja, y aún recordamos los aficionados que allí estuvimos aquella tarde y la imagen de Manzanares portando a hombros a Ortega Cano que aquel día se despedía de los ruedos, demostrando su compañerismo, su humanidad y la grandeza del toreo, igual que aquella tarde en Sevilla cuando repentinamente salió al tercio y su propio hijo le cortó la coleta sin poder contener el llanto.
Todos los toreros que allí se encontraban se arrojaron al ruedo de la Maestranza y rindieron el mejor de los tributos a quien ha sido un espejo en el que mirarse y aquella Puerta del Príncipe que tanta gloria da en el toreo se abrió de par en par para despedir al torero de Alicante. Al hijo de aquel banderillero que se anunciaba Manzanares. Al padre de una figura actual, José María, y un rejoneador incipiente, Manuel. A uno de los toreros más grandes de toda la historia , que despacito toreaba y era José Mari Manzanares.
Publicado hoy en el Diario Viva Jaén