MEDITACIÓN. Toreros (Cayetano y Joselito Rus), en la Capilla del coso de Santa Margarita, de Linares. (Ilustración: Juan Eduardo Latorre)
Por Salvador Santoro
Sin la aquiescencia de algún Pontífice, los festejos taurinos – el más racial espectáculo español extendido al Orbe taurómaco – están tradicionalmente relacionados con celebraciones religiosas, patronazgo en pueblos y ciudades, desde tiempo inveterado. Asimismo, hay otros días señalados en el calendario litúrgico para estos eventos, verbigracia: Corpus Christi, Asunción de la Virgen (15 de agosto, “torerísima” fecha) y, también, en Semana Santa se dan corridas de toros, en plazas muy principales, el Domingo de Ramos, Sábado de Gloria y, sobre todo, el Domingo de Resurrección.
En 1951, San Pedro Regalado, que también lo es de la ciudad de Valladolid, es nombrado Patrón de los Toreros. Al fraile franciscano, se le atribuye el milagro de implorando al cielo, con su báculo y diciéndole “Detente”, rendir a sus pies a un toro bravo que deambulaba por un camino. El furibundo animal, había escapado herido de una corrida en Pucela, sembrando el terror y embistiendo a las gentes que encontraba a su paso.
Por antonomasia, la Patrona de los lidiadores es María Santísima de la Esperanza Macarena, de Sevilla, de cuya hermandad fue teniente de hermano mayor el malogrado diestro José Gómez Ortega “Joselito El Gallo”. Por su trágica muerte en Talavera de la Reina en 1920, La Macarena, fue vestida de negro – por primera y única vez – en señal de luto.
En Linares, tierra de muchos y buenos toreros, tienen especial devoción por Nuestro Padre Jesús Nazareno, conseguida obra del ilustre imaginero Víctor de los Ríos y por la Virgen del Rosario que preside la capilla del coso de Santa Margarita.
El Lunes Santo, en Jaén, desde la parroquia de El Salvador, procesiona con solemnidad la venerada talla (del S. XVII) de María Santísima de la Amargura, Madre de la Iglesia, vinculada al mundo del Toreo y Madrina de Honor de la Escuela Cultural de Tauromaquia de Jaén.
Por lo general, la “gente de coleta”, en el hotel ya enfundado en “el chispeante” y ante un improvisado altar – miscelánea de iconografía religiosa -, reza a las imágenes sagradas de su devoción, rogando que el éxito les asista y libre de todo mal. El íntimo acto, se produce antes de partir hacia la sacrificial y dorada bandeja del ruedo y, casi siempre, se repite con unción en la capilla del coso. Este conmovedor momento, inspiró (en 1925) al insigne compositor sevillano, Joaquín Turina, una bella y sentida obra sinfónica titulada La oración del torero. También, es frecuente, que los lidiadores lleven prendida al corbatín una medalla bendecida y que luzcan bordada en el capote de paseo – costura de orfebre – la efigie de sus imágenes de culto. Los toreros, suelen santiguarse o trazar con el pie una cruz en la arena al arrancar el cortejo multicolor y, en el burladero, persignarse a la salida del burel. Gestos, todos ellos, que denotan profunda religiosidad.
La apoteosis llega con la salida a hombros – por la Puerta Grande – del héroe en loor de multitud. Con el máximo respeto, a mi ver, semeja un paso de Cristo o de palio, asomando del templo, portado por costaleros y con vítores de sus fieles.
La Tauromaquia, es un rito ancestral cruento – como tal sacrificio – pero no resulta cruel, al no haber ensañamiento con el toro (tótem atávico) por parte del oficiante: el matador. La Fiesta Brava – singular combate entre hombre y fiera con La Parca presente – es una manifestación artística, gloriosa y trágica, única e incomparable.
Adenda, a modo de plegaría: los espadas y sus cuadrillas se encomiendan a la Virgen de la Amargura, llamada de los Toreros, para que – con su manto protector – esté presta “al quite” de ese puñado de hombres que, vestidos de valiente, cada tarde inician la liturgia – con un ¡Qué Dios reparta suerte! – del paseíllo de la ilusión y del miedo. ¡Amén, de los amenes!
* Nota bene.– Publicado en Diario JAÉN, el día 5 de abril de 2015, Domingo de Resurrección.
