Por Salvador Santoro
De la valiosa y profusa documentación facilitada por mi distinguido amigo y estimado compañero, Francisco Gutiérrez Guzmán, escritor e historiador; recreamos un festejo “económico” (novillada sin picadores) celebrado en la ciudad de Linares, sirviéndonos de la crónica que publicó el periódico “La Unión” – de fecha 17 de abril de 1933 – firmada por el revistero taurino Curro Vargas, con el título: “El lamentable espectáculo de ayer tarde”.
Los novillos “lidiados” – es un sarcasmo – pertenecían a la ganadería linarense de don Sebastián Izquierdo (a la sazón propietario del coso de Santa Margarita); “ganado grande, bravo y noble, embistiendo limpiamente y sin malas ideas” a juicio del referido crítico. En los cuatro primeros astados primaba el aburrimiento: “ni una mediana faena, ni un destello de valentía, cosa muy natural en los toreros principiantes”, justificaba el redactor; aunque luego reprochaba a los “diestros” su supina ignorancia, pues ni sabían para qué sirve el capote ni los terrenos que pisaban. Un desastre, en suma. Lo único destacable aquella tarde, fueron dos pares del banderillero Zúñiga al tercero de la suelta.
Pero salió el quinto bicho: negro, buen mozo, astifino y con mucho nervio pero acudiendo al engaño “y aquí fué Troya” (sic). Los tres espadas en la enfermería (al “hule”, dícese en la antigua jerigonza taúrica), ingresando por este orden: Antonio Oller, de pronóstico reservado; Díaz, también cogido y “Torererito” (sic) de Jaén (según el cartel anunciador, natural de Córdoba), que se hizo el herido para no volver al ruedo “y de miedo una gran cantidad”, escribía con sorna el “plumífero”.
Media hora de reloj estuvo el toro solo por el redondel (que se llenó de almohadillas), campando por sus respetos y parte del público, indignado, abandonó la plaza. Al morito, le dio muerte el novillero local José Cano López “Joselito Cano” y “dos individuos (todos tres en mangas de camisa)”, cito literal. Al último burel lo finiquitó un tal Barrera II, siendo aplaudidos y paseados en hombros, los cuatro, por la voluntad mostrada.
Además, en la sección de sucesos locales de la citada publicación – con el seudónimo de “Acusón” – se ampliaba lo acontecido en la Plaza de Toros, indicando que se tiró un espontáneo a esa res a la que veroniqueó a placer al no poder ser retirado por los coletas; zafándose, también, de los guardias de Seguridad en el callejón, siendo arrestado, después, en el tendido y pasando a la cárcel por la mañana. El final del suelto es llamativo y dice, a tenor literal: “Total: una quincenita. Probablemente otra vez reflexionará antes de echarse a la candente arena por muy José Moreno Amador que se llame”. Menudo “petardo” pegaron la terna de noveles acartelados, aquel infausto día, en mi torerísimo pueblo.