Como lo prometido es deuda, tratados – en un anterior artículo – los muletazos fundamentales: el natural, el derechazo y el pase de pecho; toca ahora, ocuparse de los demás, también importantes, que constituyen el toreo “accesorio”, a saber: adornos, remates y desplantes.
La enorme variedad existente, dificulta su compilación. No obstante, se harán algunas consideraciones sobre el particular, sin menoscabo de ir intercalando – en venideras colaboraciones – la descripción pormenorizada y autoría de las suertes más conocidas y de mayor lucimiento.
El adorno y el remate, surgen casi siempre como recurso genial e improvisado durante la lidia, o bien, es concebido toreando “de salón” y se ensaya en el campo con becerras, perfeccionándolo luego en el ruedo ante el toro.
Los desplantes, no son suertes propiamente dichas, sino alardes de valentía que el coleta hace cuando ha sometido (podido) al astado. Pueden ser fulgurantes como el “teléfono”, apoyando el codo en el testuz, ocurrencia del mexicano Carlos Arruza, o desafiantes, tirando los trastos y arrodillado de espaldas o frente al burel.
Los pases de adorno, y los remates de las series, con la muleta son el adjetivo del toreo fundamental – lo que le da brillantez – y la guinda de una faena completa. Decía Rafael Albaicín, original torero cañí, que “el adorno es el complemento y la gracia de la verdad”, pero, dejando claro, que aquél sin ésta (el toreo puro), no es nada. Adornarse, cumple dos finalidades: remachar las sucesivas tandas y “calentar” al público para – sin solución de continuidad – entrar a matar.
Quien inventa o populariza un muletazo, pone su impronta al realizarlo e incluso le da nombre. Los hay garbosos (por ejemplo, el “molinete”); con salero como el “kikirikí” y bellos, el “pase de las flores”, de Victoriano de la Serna (al que dedicamos una muy celebrada columna), recreado después por Julio Pérez “Vito” (la “vitolita”) y por Pedro Gutiérrez Moya “El Niño de la Capea” (“capeína”).
Tienen especial elegancia, el pase “de la firma” o el del “deprecio” (en México se le denomina del “desdén”) y también la, a veces denostada, “manoletina” o la, ahora en boga, “bernadina” popularizada (que no inventada) por el espada catalán Joaquín Bernadó.
Espectacular y heterodoxo – como pocos – el “salto de la rana” que creara el ídolo de masas, Manuel Benítez “El Cordobés”; y pintorescos, los pases llamados “del tomate” y “del más allá” del pirotécnico artista, Rodolfo Rodríguez “El Pana”, curtido matador azteca.
Como puede verse hay pases “de todas las marcas” y diestros que saben ejecutarlos, con valor y arte, poniendo a contribución – la ética, la estética y la patética – del toreo eterno.