Jaén Taurino

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El sobrero

Por Salvador Santoro

A sabiendas que más de un avezado y amable lector, conoce muchos extremos de esta colaboración, en nuestro afán divulgativo, damos a imprenta (por mejor decir, a la red de redes) un tema que se aventura interesante para el aficionado: los sobreros.

En las corridas de toros, novilladas (con o sin picadores) y festejos de rejones; siendo el número de reses a lidiar de hasta seis, la empresa – según el Reglamento Taurino de Andalucía – dispondrá de, al menos, dos sobreros en plazas clasificadas de primera y segunda categoría (es el caso de la de Jaén y Linares) y de uno en las restantes (de tercera y las no permanentes), a poder ser de la misma ganadería. Sin embargo, divisas emblemáticas y cotizadas como las de Miura o Victorino Martín, tienen por norma no incluir en sus encierros ningún sobrero; lo que – llegado el caso y a mi ver – resulta lesivo para el espectador que quiere que todos los astados sean de tan señeros hierros titulares.

El empresario, generalmente, paga al ganadero el importe de los toros sobreros, una vez lidiados y si no – costeado el transporte – vuelven a la finca de origen. Como su propio nombre indica, el sobrero, se destina a sustituir a los animales rechazados en los reconocimientos veterinarios o a los que, al saltar al ruedo, son devueltos a los corrales por distintos motivos, a saber: manifiesta invalidez (falta de fuerza o descoordinación); presentar defectos (anatómicos o de visión no detectados) o haberse inutilizado para la lidia, antes del tercio de banderillas, e incluso si los matadores denuncian síntomas de estar “toreado” (avisado) en el campo. Sólo en estos supuestos, y no por manifiesta mansedumbre, la Presidencia, podrá ordenar su devolución, mostrando el pañuelo verde en el palco. Decretada ésta, se da suelta al reseñado como primer “reserva”, o bien – de autorizarlo el Usía – se “corre turno”, saliendo el otro toro del lote que ha correspondido en suerte al espada actuante.

En días de corrida, por la mañana, las cuadrillas y apoderados se ponen de acuerdo para “dejar “de sobrero, por regla general, al burel de peores hechuras, el más descarado de pitones o el de mayor corpulencia o edad. Otras veces, los “suplentes”, vienen impuestos por la empresa y han visitado más de un coso, lo que se llama estar “corraleado”; delatándose esta circunstancia por el alargamiento de las pezuñas, la “enarenada” frente y polvorientos lomos, de permanecer estabulado en un corral. Esta situación prolongada en el tiempo, puede producir resabios en el cornúpeta que se traducirían en salidas “de manso”, esto es: andando, distraído, queriendo saltar al callejón o huyendo de su sombra cuando se le cita con el capote. Luego un buen puyazo (el “quitamanías”, que decía el recordado Antonio Chenel “Antoñete”), los atempera e incluso, algunos, “rompen” a embestir en la muleta.

Una vez reseñados, ut supra, aspectos reglamentarios y de selección de las reses destinadas a su lidia como sobreros; se impone comentar otras curiosidades dignas de ser conocidas. Vamos a ello.

Lo que en las plazas españolas es excepción, en cambio, en la América taurina (sobre todo en México), es frecuente que el diestro que no ha tenido fortuna en su lote, obsequie al público con lo que se denomina sobrero “de regalo”, cuyo coste corre de su cuenta. El torero, lo solicita “volteando” la cabeza (en expresión azteca) al palco del Juez de Plaza y levantando el dedo índice durante el primer tercio. El resto de matadores han de dar su conformidad, pues este toro añadido supone una ventaja para obtener más trofeos y, también, el riesgo de que – si cae herido – otro compañero tenga que despachar al morito. Como sucedía antes, únicamente, debiera permitirse en corridas de un solo espada.

En otro orden de cosas, reproduzco un sucedido que nos contaba con gracejo un añoso banderillero linarense que da idea de la picaresca existente en este apasionante “mundillo” del toro. Para ahorrarse el sobrero, en la portátil – que no disponía de corrales – instalada en un pueblo que no hace al caso nombrar; un empresario trápala y “cortito” de posibles, encargó a un lugareño que se metiese en el cajón vacío para, con piedras y dando golpes en el habitáculo, simular los “atestones” y patadas que pegaba el bovino en su angosta clausura. El responsable de la empresa, “preocupado”, advirtió a la Autoridad – el comandante de puesto de la Guardia Civil – que pretendía inspeccionar el ganado, que no era prudente acercase al camión ni levantar la trampilla porque el animal se encontraba muy inquieto. Tuvo suerte el “jeta” porque el festejo se desarrolló sin novedad y no hubo que soltar al “inexistente” reserva. Realmente, se la jugó pero podía haberse liado y gorda.

Aunque, por diversas razones, los sobreros suelen producir recelo y discusión entre la gente “de coleta”, no es menos cierto que han propiciado grandes triunfos a muchos toreros. Precisamente, Manuel Rodríguez “Manolete”, realizó en la plaza de Las Ventas de Madrid, en la tradicional corrida de la Asociación de la Prensa celebrada el 6 de julio de 1944, una faena “cumbre” e histórica – a un sobrero de la ganadería portuguesa de Pinto Barreiros, de nombre “Ratón” – que ha pasado, con todo derecho, a los anales de la Tauromaquia.

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