La reaparición de José Tomás en los ruedos dejó con sabor amargo y caras largas a los miles de aficionados que se dieron cita en el Coso de la Alameda.
No es la primera vez que una fecha marcada en rojo en el calendario de muchos acaba con un desenlace desafortunado. Así fue la tarde de la reaparición de José Tomás en Jaén. Sin gracia y con una sensación de un vacío a gran nivel.
Tanta expectación dejó huérfana de alegría a la Plaza de Toros de Jaén en una tarde que, en un principio sería para el recuerdo, y acabo siendo una jornada para el olvido. Olvidada también estuvo la afición de Jaén en su casa, pues el acento jaenés apenas se escuchó en los tendidos del coso jiennense.
La espera fue larga y su llegada amarga. Jaén durante estos meses ha estado en el epicentro de la galaxia del mundo del toro, como ya dijo el presidente de la Diputación de Jaén hace unos días. Sin embargo, el resultado no ha sido, ni mucho menos el esperado.
Llegó a Jaén en una tarde abrasadora un hombre al que los focos iluminaban. El mundo esperaba la figura del torero de Galapagar en Jaén. De innumerables puntos llegaron aficionados a la ciudad del Santo Reino, esperando una respuesta que, a la postre, a solo unos cuantos agradó.
Con más de una hora de antelación el público se refugiaba en cualquier lugar en el que el sol no hiciera acto de presencia. Tarea difícil, igual que salir con una sonrisa del festejo. Algunos lo consiguieron, otros pelearon cara a cara contra los rayos ardientes en los últimos compases de las Fiestas de la Virgen de la Capilla. Los forasteros, casi todos, se sorprendían de unas temperaturas tan altas, aunque siempre escudándose en aquel “Sol y Moscas” para una tarde diseñada para el triunfo y abocada al desastre tras escuchar clarines y timbales.
Tanta fue la expectación que las críticas justificadas de algunos aficionados eran acalladas por otros que perdonaban a José Tomás, tras abreviar con el primero. Esos mismos gritaban contra los sones durante las faenas. Este último hecho confirmaba la escasa presencia de la afición de Jaén en su plaza. Solo aquellos fieles a su Plaza entenderán estas líneas.
Avanzaba la tarde, y la esperada cita se esfumaba atropelladamente. Sí, como los tercios de varas y banderillas. Estaba siendo un festejo de escaso lucimiento en todos los aspectos. Solo los arrimones, entre enganchones, de José Tomás en el tercero levantaron una tarde que marchaba sin frenos hacia la decepción.
No ayudó un ganado anovillado y perdonado por un respetable que solo tenía ojos para el matador. Ojos que apreciaban cómo el cuarto de la tarde era arrastrado mientras el diestro de Galapagar soltaba rápidamente la oreja del astado de Juan Pedro Domecq. En los tendidos ya se pedía la salida del sobrero, pero algo hacía indicar que José Tomás tenía demasiada prisa por tomar la puerta del Patio de Cuadrillas, a pesar de haber sumado dos trofeos.
El de Galapagar saludaba y recibía con rostro serio el clamor del público. Este último no se movía de su asiento. Algún aficionado, incluso, volvió a acomodarse en su almohadilla esperando la presencia del torilero para abrir la puerta al sobrero. Un toro que jamás pondría una pezuña en el ruedo del Coso de la Alameda. La insistencia del respetable pasó de oído a oído del protagonista rápidamente. José Tomás obvió la petición de aquellos que pagaron su entrada y desfiló camino al hotel, conocedor de que no había sido su mejor tarde.
Ello enfureció a algunos, a unos cuantos que pitaron y mostraron su disconformidad arrojando su almohadilla a la arena. Pero esas voces discordantes, de nuevo, fueron acalladas por aquellos que marcharon a sus hogares con la sensación de ver, al menos, “algo” de una tarde con ausencia de triunfo.
Tras todo ello, y dejando pasar las horas tras el festejo, se podrá decir que Jaén estuvo en boca de muchos durante unas horas. También que el dinero sacó la sonrisa de otros tantos. Pero, quizás, se obviará la pesadez de aquellos fieles que sienten la Plaza de Toros de Jaén como si fuera suya. Un buen puñado de estos últimos no estuvieron en esta cita, sabedores de lo que podría ocurrir. Sucedió, y ahora esperan San Lucas con tristeza. Ellos saben que José Tomás vino a Jaén para cumplir con el expediente, olvidando la ilusión y esfuerzo de muchos para primar los intereses propios. El torero de Galapagar, además, eligió Jaén para traer riqueza y expectación, pero también para ocupar el espacio de un festejo reclamado en el cartel de la gran y verdadera cita, San Lucas. La afición de Jaén esperó tanto para recibir tan poco.