Por José Luis Marín Weil
Bajé de la habitación ya arreglado y fui directo a la cafetería donde prácticamente aguardaban todos los invitados. En la mesa donde estaban mis amigos, de espaldas se encontraba alguien a quien no supe reconocer a simple vista. De hecho ni siquiera lo conocía personalmente. Ni intuía siquiera quién podía ser. Y cuando llegué hasta la mesa, me salió muy de dentro saludarse así…
-Buenas tardes Maestro. Un placer conocerle. Mi padre fue muy partidario suyo.
Él esbozó una sonrisa y yo me quedé perplejo al ver que tenía ante mí a Manolo Cortés. Fue una auténtica sorpresa saber que estaba invitado a esa boda.
Salimos del Hotel Del Val, montamos en el autobús y él se sentó a mi lado. Mientras íbamos dejando atrás las calles de Andújar él me recordaba las tardes que había toreado en ruedos de nuestra provincia y muchos tentaderos vividos en el campo bravo de Jaén.
Se alegró doblemente cuando le dije que mis tíos llevaban casi veinte años viviendo en Gines y la amistad que nos unía a Martín Pareja Obregón nacida de las monterías de Cardeña y aquella ocurrencia que tuvo cuando pidió a mi padre que nos subiera a la habitación del Condestable mientras se vestía de luces una vez que toreó Martín en Jaén.
Aquella tarde – noche tan especial como fue la boda de nuestro amigo me tenía preparada esta sorpresa con la que yo no contaba. Sabía de él más bien poco, y de su trayectoria, un par de detalles. Era, puede decirse, un torero bastante enigmático para mí pues por edad sólo pude conocer el último tramo de su carrera.
En la cena,él a mi izquierda y Luis Miguel Parrado a la derecha. Una cena inolvidable donde yo quedé situado a mitad de la pedagogía del toro y del torero. De quién más sabe del toro (más allá de los límites de nuestra provincia) y de quién se pasó por la cintura a los Miuras no pocas tardes bordando el toreo con el capote. Como si eso fuera fácil.
Escucharle hablar era conocer una historia romántica, y real, como fue la suya. Inimaginable en este tiempo tan programado, tan mecánico, donde todo sucede vertiginosamente y en el que el toreo deriva no se sabe muy bien hacia dónde.
Hablaba de Ordóñez, de Paquirri, Miguelín. Curro Romero y una interminable lista de toreros grandiosos. Recordaba tardes en La Maestranza,Las Ventas, Valencia, Pamplona…éxitos, sueños cumplidos, cornadas y miedos. La vida de un torero en definitiva. Y uno, se quedaba embobado oyendo todas esas historias, contadas con ritmo y compás. Y descubriendo que la torería fuera de una plaza la lleva un torero por dentro hasta incluso untando paté de perdiz del que hacen magistralmente en La Carolina.
Y tras la cena, en el baile y la fiesta en el ruedo de la placita de tientas de aquel cortijo de Andújar, no sé en qué momento apareció por allí una muleta. Pasamos del dicho al hecho y acabamos muy de madrugada, bajo un calor soporífero de mitad de julio, toreando de salón y maravillándonos los amigos al ver torear tan despacio, como si eso fuera así de sencillo. Una cátedra de la técnica de torear improvisada en mitad de la celebración de una boda.
De aquello han pasado siete largos años. Hacía tiempo que no veía a varias de aquellas personas –entre ellas, una muy especial para mí- y desde aquel reencuentro por circunstancias de la vida no hemos vuelto a vernos. Al Maestro tampoco. Pero desde entonces guardo una gran admiración hacia su figura, un entrañable recuerdo de su persona y mi agradecimiento por haberme hecho sentir y vivir una noche inolvidable en la boda de Risoto en pleno verano en Andújar.
Descanse en Paz el Maestro Manolo Cortés.