Subiendo en taxi por el polígono de Los Olivares, apenas había pasado dos o tres páginas del Diario Jaén cuando en una columna me encontré con la triste noticia de la pérdida de Fernando Arévalo.
Apenas le traté una sola vez, cosa que tuvo lugar una noche del año 2000 cuando acudimos a un restaurante por la carretera de Jabalcuz para participar en ese programa tan cutre que fue «El Jaén Rosa», que una productora emitía a través de Canal23-TeleJaén.
Estábamos allí para tocar con «Guaren», el grupo de música latinoamericana y folclore andino del que formé parte, por increíble que parezca, hace ahora diez años. Recuerdo que al término de nuestra actuación desde una mesa reconoció nuestra labor y la elogió sinceramente, cosa que agradecimos pues aquel día se nos trató bastante mal, cosa que no merecíamos, y únicamente él, que aguardaba a la espera de entrevistar a Miguel Segovia, por entonces concejal de urbanismo, tuvo un aplauso y reconocimiento hacia nuestra música.
Una de las voces de la radio en Jaén de toda la vida. Testigo de toda la evolución de esta tierra. Su vida transcurrió prácticamente ante los micrófonos de las emisoras de radio, siendo director de RNE en Jaén durante largo tiempo. En Ideal venía firmando sus escritos y en Canal 23- TeleJaén semanalmente se seguía asomando unas veces para dar su visión de lo que el Real Jaén había hecho en el último partido y podría hacer en el siguiente, o bien analizar la política local, cosa que a mí me encantaba, por su personalísimo estilo.
Le recuerdo presentando el concurso de guitarra flamenca que organiza la Peña Flamenca de Jaén como antesala de las soleares o fandangos que una guitarra arrancaría posteriormente para traspasar su sonido las puertas y perderse por la calle Maestra. A menudo lo veía paseando por Jaén, siempre desde el Parque de La Victoria hacia arriba, nunca por el Gran Eje o Bulevar. Al igual que a los toreros se les reconoce por los andares, viéndole pasear por las calles de Jaén yo reconocía en él a un periodista. No me pregunten el porqué.
Quizás la última vez que le tuve cerca fue allá por el mes de octubre cuando tras salir de La Manchega para acabar en el Alcocer. Allí se encontraba junto a Eduardo Castro, creo recordar. Durán y yo, mano a mano, a lo nuestro, mientras nos comimos dos platos de salchichón, hablábamos de cómo estaba transcurriendo la Feria Taurina de San Lucas por esos días, con la compañía de Alejandra y Almudena.
Ambos, Castro y Arévalo se percataron de los dos muchachos que no paraban de hablar de toros, enterándose de primera mano gracias a nosotros de lo que se cocía en el albero del Coso de La Alameda por esos días. Me dí cuenta que por momentos ambos andaban pendiente de nosotros y de lo que decíamos. Seguro que les sorprendió encontrarse a dos jóvenes hablando de toros.
Desde aquí, mi deseo de que descanse en paz un referente del periodismo jiennense.