Ayer noche se casó uno de los mejores aficionados al toro de cuantos conozco en la provincia de Jaén. De los que se ha atravesado media España para ver una corrida en Bilbao, o se ha gastado un pastizal en libros de toros o al salir del trabajo ha cogido el coche y se ha plantado en la capital para asistir a una conferencia de toros o presenciar el pregón taurino.
Un AMIGO con mayúsculas que juega al fútbol sala para morirse y que no bebe otra cosa que no sea agua. Vamos, que ayer en su boda no se emborrachó ni aunque lo hubieran amarrado.
Junto a él, la que hoy ya es su esposa. Una mujer de Huelva que lo dejó todo por amor, viviendo ambos una historia propia de una película con final feliz, como el de ayer. Una mujer todo coraje.
Y allí con ellos, nosotros, sus amigos. Los que crecieron con ellos, los que estudiaron con ellos y los que han compartido horas y horas de toros con ellos, como nosotros. Un grupo que es como si fuera una familia que se ha ido forjando desde hace unos cinco años a esta parte. Llegados desde distintos puntos de Andalucía ahí estuvimos con ellos como ellos siempre estuvieron con nosotros, acompañándoles en una noche más que especial que acabamos en la plaza de tientas de la hacienda en que se celebró el banquete. Hubo muletazos de por medio y para sorpresa mía entre los asistentes una figura del toreo a la que por mi edad no llegué a ver en la plaza. Su nombre no lo desvelaré.
Una noche muy emotiva y bonita en la que volví a coincidir con gente a la que estimo mucho y me reencontré con una de las personas más importantes de mi vida. Buenísimos aficionados con los que he fraguado una gran amistad en torno a nuestra pasión, la misma que en su día entusiasmó al protagonista de la noche y que pasado el tiempo apenas la mantiene.
Desde aquí quiero felicitar a mis amigos José Antonio e Inma y desearle toda la felicidad del mundo en el nuevo camino que acaban de iniciar.