En casa descubrí un libro, voluminoso, en cuya portada figuraba el rostro de un torero con semblante serio. Una mirada que transmitía cierta sensación de concentración e incertidumbre. “Nacido para morir” era su título, y yo, que por entonces no sumaba más de seis años tal vez, comencé a hojearlo y leerlo sin ser capaz de entender casi todo lo que en él se contaba.
Pero hubo una cosa que sí que supe descifrar dentro de aquella historia que tanto me costaba comprender: a ese torero lo había matado un toro en una plaza. Así, fue como me día cuenta que ese es el precio que los toreros están dispuestos a pagar a cambio de alcanzar la gloria. Y así fue como yo supe quien era, quien había sido “Paquirri”.
Con seis años apenas fui capaz de comprender aquello que intentaba leerme, pero esa historia me conmovió y me sirvió para admirar, aún más, a esos hombres sobrenaturales que son los toreros.
La tragedia de Pozoblanco ocurrió cuando yo apenas tenía meses de vida. Gracias a ese libro conocí su vida. Gracias a los videos de Achúcarro, conocí su toreo y gracias al recuerdo en voz de la afición, toda la grandeza y raza de Francisco Rivera.
En Jaén hizo el paseíllo en cinco ocasiones, siendo la primera como novillero y el resto como matador de toros. La última, con motivo de la alternativa de “Morenito de Jaén” en una tarde especial para la afición jiennense y que seguro muchos de ustedes aún recuerdan. Precisamente él, Manuel Cruz, hace unos años me relataba de memoria las sensaciones de la tarde más importante de su carrera. Se emocionó recordando a “Paquirri”. Nos emocionamos los dos.
Hace escasos días se cumplieron treinta años de la tragedia de Pozoblanco. Han pasado treinta años de una tarde de toros que conmocionó a un país entero. Sobra decir que el toreo y sus circunstancias han evolucionado desde entonces hasta hoy. Nuestra sociedad, también.
Y es que ya lo decía Ortega y Gasset que no hay más que asomarse a una plaza de toros para ver en ella reflejada la situación de España. En cualquier época, en cualquier momento.
Hace treinta años por televisión los españoles rendían homenaje a un torero inconmensurable, convertido en héroe. Ahora, al cabo del tiempo, los españoles se dejan enganchar por una televisión cada tarde para ver lo que hace o deja de hacer un hombre que creció sin su padre, alrededor del cual se forma un circo un día si y otro también sin tener el más mínimo interés ni ser ejemplo de nada, pero que puede presumir de ser hijo de uno de los más grandes del toreo. Paquirri.
Publicado hoy en el Diario Viva Jaén en la columna «Navalcardo»