Por José Luis Marín Weil
Se nos llena la boca presumiendo que la tauromaquia constituye una liturgia en sí misma porque se llena de ritos antes, durante e incluso después de que un toro pise el ruedo. La seriedad y el rigor con el que se da cada mínimo paso en el toreo, en parte, es lo que lo hace admirable a ojos de la sociedad.
El respeto a las formas, la seriedad hacia lo ancestral y la fidelidad a los cánones establecidos en esas normas no escritas que tiene la tauromaquia.
Vestirse de luces es revestirse de valor. El traje de luces en el ruedo da prestigio y sentido a la heroidicidad del toreo en la sociedad de nuestro tiempo. Y de un tiempo a esta parte proliferan cada vez más esas corridas que bajo un sentido ciertamente conmemorativo aprovechan la ocasión para disfrazar al torero con cualquier traje – real o inventado para la ocasión- que nada tiene que ver con el majestuoso traje de luces.
Goyescas de todo tipo y condición, más allá de la Plaza de Ronda. Corridas homenaje a Picasso, a Santa Teresa de Jesús, a los Hermanos Pinzones, a Miguel de Cervantes o a las tortugas ninja si hiciera falta. Cuadrillas enteras vestidas no se sabe a veces muy bien de qué.
De ahí a torear de smoking dos toros como epílogo a una corrida con todo a favor para disfrutar y hacer el toreo. Lo ha hecho Ponce recientemente en Istres y por todos es sabido. Admiro al torero profundamente, por su trayectoria y por su capacidad taurómaca fuera de toda duda a estas alturas de su carrera. Pero lo de Istres me choca totalmente.
Veo las imágenes, y tengo la sensación que a un percusionista del grupo Café Quijano, en medio de un concierto de boleros le han dado oportunidad de bajar al ruedo a dar una tanda. Por mucho que se justifique el contexto de aquello, el escenario y la ocasión…creo que Ponce no debía haber caído en ello. Quedará para la posteridad como una más de esas escenas insólitas del toreo, que de eso la historia del toreo también está llena.
Esto de Istres puede dar lugar muy probablemente a una peligrosa moda. Hay razones para pensar que así pueda suceder y en ese sentido no hay más que ver un tentadero. Cada vez es más frecuente ver a matadores de toros tentando en el campo igual que si estuvieran de copas. O matar toros a puerta cerrada vestidos como si fueran a dar una vuelta con la pareja a un parque: de cualquier forma.
El aficionado y reconocido escritor Domingo Delgado de la Cámara lo viene diciendo reiteradamente en el programa de radio “Es Toros” : el reglamento debería hacer algún tipo de referencia a la vestimenta a la hora de torear un festejo en una plaza de toros. Sería solución a lo que pueda convertirse en un disloque de aquí en adelante cuando a cualquiera le dé por comparecer en un patio de cuadrillas vestido de cualquier guisa en lugar de enfundarse “el chispeante”.