Jaén Taurino

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No empezar la casa por el tejado

Por Antonio Cepedello Boiso

Ninguna casa puede empezarse por el tejado. Es imposible. A pesar de ello, algunos sectores de la Escuelas Taurinas siguen empeñados en ello, porque en sus prioridades dan más importancia a la técnica de entrar a matar que al resto de destrezas, que además menosprecian hasta extremos absurdos. La actitud, el valor, la entrega, las ganas, quedarse quieto, el gusto o la clase innata son y deberán ser siempre los cimientos de nuestro rito milenario, porque de lo contrario lo convertiremos  en un concurso, un show o una carrera por cortar cuantas más orejas y rabos posibles, lo que en esta etapa de formación debería ser casi lo de menos. Y menos aún en el arte más bello del mundo.

 

Esta actitud ‘resultadista’ conlleva también que sus alumnos busquen cada vez más la efectividad que la pureza y ortodoxia en la ejecución de la suerte suprema, por lo que en estas clases prácticas y novilladas sin picadores se están imponiendo las estocadas bajas, tendidas, atravesadas y mal colocadas en general, con el único objetivo de que caiga el animal lo antes posibles y poder cortar así más trofeos. Y esos son vicios y defectos que luego a los novilleros les costará mucho corregir.

 

Los aficionados no nos podemos dejar llevar por el criterio de un público que ahora sólo valora la muerte rápida de la res, porque no es capaz de apreciar el resto de miles de matices y momentos fundamentales de la lidia, sobre todo porque casi nadie se ha preocupado en explicárselo, debido a que ello no les interesa a los negociantes taurinos, porque así sus pudientes y ponedores ‘apadrinados’ pueden llevar a ser toreros sin darle ni un pase de verdad a un mosquito y cometiendo ultrajes a la Tauromaquia con el capote, muleta o el estoque por su falta de valor real.

 

Por el contrario, una tarde tras otra se cometen en estas novilladas sin picadores la gran injusticia de no realzar ni ponderar como es justo y necesario que un chaval se quede quieto, cite al novillo cruzado y cargando la suerte, aguante los peligrosos parones y cabezazos del animal, tenga poder para dominar a un manso o plasticidad en sus muñecas para mandar en las embestidas.  Estos aspirantes a toreros, como tampoco tienen medios económicos para practicar la suerte suprema, que es la más difícil y costosa de simular y entrenar, no suelen acertar con la espada, lo que se convierte en la excusa perfecta de los ‘vividores’ de los toros para descalificarlos e impedir que lleguen a toreros.

 

No olvidemos tampoco nunca que el título o nivel de ‘matador’ es el último en la formación de un diestro, ni que nuestra sagrada Tauromaquia ha evolucionado a lo largo de los siglos y ya no es la ‘carnicería’ que era antes de caballos de picar, toreros y toros muertos, donde lo único importante era acabar con el animal de la forma más rápida posible. Las suertes o los lances eran meros trámites para hincarles donde fuera la espada, lanzas o puyas todas las veces posibles.

 

Por fortuna, nuestro rito milenario ha evolucionado hasta convertirse en un arte, gracias a los conocimientos, valor, entrega y la vida de miles de toreros, donde lo fundamental es la belleza de la unión de dos seres contrapuestos pero compatibles a la vez. La muerte se ha quedado ya como algo inevitable, como pasa en la vida misma, pero, por suerte, lo importante ahora en la Tauromaquia no es morir, sino vivir.

 

Foto: Tomás Díaz

 

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