Salvador Santoro
(A guisa de brindis: a don Miguel Flores – andaluz de pro – y, ante todo, torero. Apoderado, poeta, rapsoda, gentilhombre y asolerado taurino. Petronio de la elegancia en el ser y el bien decir. Con mi reconocimiento y admiración. ¡Va por usted, maestro!)
Dentro del XXIII Ciclo de Tertulias Taurinas, el pasado 26 de febrero en la sede social de la Peña “Tercio de Varas” de Linares – foro de acrisolados y rigurosos aficionados -; tuvo lugar una brillante, emotiva y torerísima velada. Bajo la presidencia de Juan Casado, ocuparon el estrado – en cordial mano a mano – dos insignes invitados: Miguel Flores, torero (no quiso tomar la alternativa), escritor, conferenciante y “promocionador de nuevos valores [como se autodenomina]” y nuestro paisano Diego Sánchez Muñoz “Lázaro Carmona”, matador de toros, empresario y, actualmente, mentor del diestro salmantino Eduardo Gallo. Hizo las presentaciones, oficiando de moderador, Ángel del Arco, prestigioso crítico taurino.
Tras amena e interesante exposición, plena de naturalidad, de lo vivido por cada uno dentro del “Planeta de los Toros”; respondieron con criterio y conocimiento a las preguntas que le formularon los asistentes, dando como resultado un instructivo y animado coloquio.
Por último, como vibrante epílogo de la noche, el malagueño Miguel Flores declamó – con modulada y castiza voz – una selección de poemas de su autoría, acompañado a la guitarra por el “El Cali”. Esta antología poética, está recogida en su libro titulado “Como los ángeles… quisieran torear. Romances Taurinos y otras vivencias”, cuya lectura recomendamos sin reserva.
Hombre de amplia cultura y gran sensibilidad, siempre tuvo inquietudes literarias y teatrales, Miguel Flores (Miguel Florentino Pérez Gómez), tiene apariencia de patricio romano derramando torería en todos los gestos y, al recitar sus versos, las manos y también el cuerpo – encajado de riñones – hablan y torean a compás, dibujando con arte verónicas de alhelí… y la media abelmontada. Su porte señorial y caballerosidad en el trato, le dan un evidente aire de distinción.
En distintas etapas, Miguel, ha dirigido la carrera artística de muchos y buenos toreros: Julio Aparicio (hijo), Morante de la Puebla y Salvador Vega, entre otros.
Hecha la reseña de tan entrañable acto, permítanme felicitar a la Junta Directiva y socios de tan señera entidad linarense.
Semblanza de Miguel Flores
Natural de La Viñuela (Vélez-Málaga), muy niño (apenas contaba cuatro años) marcha con su familia a la localidad granadina de Loja. Posteriormente, cursa estudios en la Escuela Profesional de Comercio de Sevilla, regentando luego la agencia de publicidad ORUS. Igualmente, en su juventud, forma parte del cuadro de actores de Radio Sevilla y haciendo una incursión en el Arte de Talía, también actuó como primer galán en la compañía hispano-lusa de comedias, del escritor José Nobre.
Durante su estancia en la población sevillana de Camas (cuna torera), en la década de los cincuenta, le entra el “veneno” de ser torero al hacer amistad con una pléyade de aspirantes (“aficionaos” se llaman en Andalucía) de aquellos ayeres: Antonio Cobo, “El Pío” y, fundamentalmente, Salomón Vargas, de raza calé, por citar sólo tres. Debuta con el “chispeante” en Utrera, un 15 de agosto de 1951.
Para hacer tentaderos en el campo charro, marcha – para unos días – a Salamanca, epicentro del Toreo en invierno, pero su estancia se prolongaría siete años. Allí conoce a afamados ganaderos: D. Antonio y D. Alipio Pérez-Tabernero y el Sr. Vizconde de Garcigrande y otras personalidades del toro, como su primer apoderado, don Tomás Ramajo Íñigo, militar de profesión.
Torearía bastante como novillero con picadores, logrando triunfar con regularidad en el antiguo coso madrileño de Vista Alegre (La “chata carabanchelera”), donde también recibiría una gravísima cornada. Le fue ofrecido el doctorado, en varias ocasiones, pero en acto de sensatez, declina el paso al escalafón superior sin la “fuerza” necesaria.
Hacia 1962, inicia su “vida prosaica” (como dice con gracejo), dedicándose a la familia y al trabajo en el ramo de la automoción.
Tras un paréntesis, vuelve a los ruedos anunciándose con el apodo de “El Camborio” y, enmascaradamente, apoderado por él mismo.
En su precitada obra literaria, figura un bello romance autobiográfico intitulado: “El Camborio”. La sombra de “Curro Puya”, escrito en enero de 1964, que utilizó como reclamo publicitario. En él define su propio toreo. Reproducimos una de las estrofas en la que utiliza, metafóricamente, palos del flamenco, otra de sus pasiones junto a la de fumar habanos de gran “trapío”.
Sin más preámbulo, trascrito, el fragmento reza así:
¡Tus lances de “eterniá”!
¡Tu media por seguirillas!
¡Natural por “soleá”!
Y el de pecho, ¡maravillas!
¡Qué abierto lleva el compás!
¡Qué difícil y sencilla
manera de torear!
A juzgar por las fotografías que aparecen en el libro – magníficamente ilustrado por el pintor César Palacios -, tiene buen “corte” de torero Miguel Flores, fino y garboso novillero malagueño.