La reaparición de un torero.
Nuestro padre nos llevó al hotel sin decirnos exactamente para qué ni por qué. Tras salir del ascensor y coger el pasillo llegamos hasta una puerta que se encontraba abierta.
-Pasad, pasad sin miedo. No os quedéis ahí.
Entramos y nos encontramos ante nosotros a un hombre que se estaba vistiendo. Se estaba vistiendo de luces. De un color algo inclasificable, algo cercano al mostaza y oro era la taleguilla que le cubría de cintura para abajo. Sobre la silla aún permanecía la chaqueta y el chaleco. También el capote de paseo y la montera.
El mozo de espadas le ajustaba la castañeta antes ponerse él sólo la camisa y anudarse el corbatín.
Lo hacía frente a una mesa sobre la cual rebosaban estampas, fotos de imágenes religiosas. Medallas de la Virgen del Rocío y de cofradías de Semana Santa.
En un rincón de la habitación, silencioso pero observador, se encontraba el apoderado y casi sin moverse, impactados por lo que veían, dos chiquillos pequeños, tan rubios como dos niños noruegos, vestidos con bermudas y con los ojos clavados en las lentejuelas del traje de luces.
Esos dos niños éramos mi hermano y yo. Por entonces yo gastaba siete años, mi hermano algo menos, y casi ni le salían las palabras, ni se le entendía. Él no paró de buscar por la habitación el capote y la muleta.
Su padre los había llevado a ver vestir de luces a un amigo torero que esa tarde debutaba en la plaza de Jaén como matador de toros. Se conocían desde poco después que él hiciera su presentación en la Real Maestranza y con su toreo eclipsó al personal, toreando como muchos han dicho, no ha vuelto a torear después. Ellos habían compartido armada en alguna traviesa en las monterías de la finca de unos amigos allá por Cardeña, en Córdoba, cosa que han venido repitiendo durante ya más de veinte años.
Se presentaba en Jaén apenas transcurrido un tiempo desde que Curro Romero, el “Faraón de Camas” lo invistiera Matador de Toros en la Maestranza teniendo a Juan Antonio Ruiz “Espartaco” por testigo. Aquel día se tomaba la alternativa el hijo de un señor muy conocido en Sevilla, que también tomó la alternativa una vez. Miembro de una familia tan grande como conocida, entre los que hubo un compositor de sevillanas, un rejoneador, un gran tirador de escopeta, un primo pianista. Una familia que había tenido en sus manos una ganadería histórica. Una familia muy bohemia.
Tuvo su cartel, su ambiente. Lo empezaron a llamar para cosas de televisión y le cogió el gusto a aquello y entonces se prodigó mucho por ahí, tanto así que pasado el tiempo se alejó bastante del traje de luces y su nombre sólo podía verse en los carteles de los festivales de algunos pueblos. Por entonces se pasó al campo de apoderado y empresario.
Muchos no lo toman en serio y le recriminan algunas acciones. Ahora pasado el tiempo quiere volver a vestir de luces, hacer el paseíllo, sentirse torero.
Mañana volverá a hacerlo en una pequeña plaza de un pueblo de Huelva y se ha preparado a conciencia.
Ni mi padre podrá estar allí acompañándole, ni yo ayudándole como mozo de espadas como hace cinco años en un festivalito en Arroyo del Ojanco.
Quiero desearle toda la suerte del mundo a quien sé que es un gran torero escondido y desconocido para muchos aficionados en una reaparición que prácticamente nadie toma en serio.
Pero como ponerse delante de un toro es precisamente eso, una cosa muy seria, y sé que se ha preparado a conciencia y con mucha ilusión, por ello espero y deseo que aquel torero al que ví vestirse de luces con siete años, mañana y el resto de la temporada pueda triunfar. Hablo de Martín Pareja Obregón.
Foto: www.sevillataurina.com