Desde ayer al mediodía me siento bastante apenado por lo que ha pasado en Barajas. Por mi cabeza no paran de dar vuelta los recuerdos de esas largas horas de espera que me he venido pasando en el último año de aeropuerto en aeropuerto y es que desde septiembre hasta el pasado mes de julio parte de mis días y mis horas han transcurrido entre la T4 de Madrid, el Aeropuerto Marco Polo de Venecia y el Aeropuerto de Sevilla.
Colas para facturar, la incomodidad de tener que ser sometido a rigurosos controles de seguridad, la impaciencia por embarcar y esa tensa espera que te lleva desde el momento mismo en que te sientas en tu puesto y por la pista el avión va recorriendo el trayecto que le lleva al momento en que está listo para despegar. Recuerdo que la primera vez, allá por septiembre en la T4, llamé por teléfono a una persona especial para mí, una persona de quien no me había podido despedir directamente y es que esos momentos de espera y soledad en los bancos de los aeropuertos, en ocasiones se me hicieron interminables y lo menos que uno busca en ese instante en que se siente tan sólo es el cariño de alguien.
Y durante este año, entre los vuelos que he tenido que tomar, que por cierto han sido bastantes, en al menos tres de ellos he vivido momentos desagradables, complicados donde el miedo se apoderaba muy mucho de uno.
Al final, siempre todo salía bien, pero viendo las imágenes ayer y hoy no he podido dejar de pensar que eso mismo me podía haber ocurrido a mí en cualquier momento este año.
Desde aquí quisiera unirme al dolor que tenemos todos los españoles frente a esta tragedia que se ha llevado a mucha gente. Un viaje en el que tomaron parte una familia entera de un pueblecito muy cercano a Jaén, La Guardia. A su familia, mi más sentido pésame.